lunes, diciembre 13, 2004

Muevan las industrias (I)

Que mis amigos ambientalistas —que son la mayoría— me perdonen, pero a mi lo primero que me gusta ver cuando llego a una ciudad latinoamericana son las espesas columnas de humo de las chimeneas industriales.

—Debajo de ellas —me digo a mi mismo— hay máquinas. Y operando esas máquinas, gente.

Es lo más lógico del mundo: sin industrias no hay trabajo, y más aún en nuestras economías tercermundistas que son industriales o pre-industriales. Colombia, por ejemplo, es un país que está lejos de convertirse en una economía de servicios y más lejos aún de eso que llaman "economía de conocimiento". El tratado de libre comercio que nuestro gobierno está negociando con los gringos no nos va a acercar, ni en el corto ni en el mediano plazo, a la producción de bienes de servicio (salvo, tal vez, en cosas como call centers para empresas que necesiten operadores telefónicos que hablen español), sino que, en el mejor de los casos, nos dará la oportunidad de desarrollarnos como país manufacturero. Aspirar a que el colombiano promedio pueda emplearse como mano de obra altamente entrenada requeriría tener mano de obra altamente entrenada en grandes cantidades, lo que implicaría cambios estructurales en educación cuyos resultados tomarían al menos 20 años —casi toda una generación— en verse. Veinte años suponiendo que comenzáramos hoy, y eso no lo estamos haciendo.

Así que nuestras esperanzas de generación de empleo inmediatas —que son las que importan— están en la producción industrial. Y sin embargo mi generación —a quienes más les debería importar— ha hecho del desdén de las industrias una moda.

[Esta es el comienzo de un texto más largo que voy a publicar en varias partes durante los próximos días.]