lunes, diciembre 06, 2004

El Poseedor de la Fórmula Secreta

En 1886 John Pemberton, un farmaceuta de Atlanta, mezcló agua con azúcar, nuez de cola y cocaína, y creó la Coca-Cola. Pemberton se convirtió así en uno de los héroes de la mitología de la era industrial: el Poseedor de la Fórmula Secreta. Esa era, ahora menguante, hija de la Ilustración, encontró en este personaje un mito prometéico acorde con el nuevo lugar del hombre en el universo. El nuevo Prometeo Moderno no le dio vida a materia muerta como el Dr. Frankenstein, pero logró más que eso. El monstruo que creo Frankenstein, al fin y al cabo, fue un ser malogrado, destructor e inféliz, mientras que la Coca-Cola se convirtió en una especie de influjo divino que reanima el alma — es la chispa de la vida — y da energía y vigor para asumir una felicidad que está a la vuelta de la esquina. Todo se logró gracias a la mercadotecnia, por supuesto: lo único que todavía puede darle carácter a un producto que hace mucho tiempo perdió su esencia, pues hoy en día no contiene ni cocaína ni azúcar y a duras penas tendrá algunos rastros de nuez de cola. Es el perfecto producto para la Era de la Publicidad: vacío, casi sin propiedades, su valor agregado no existe sino como fenómeno psicólogico. Ya que su contenido no la define, es definida por sus eslóganes publicitarios: Coca-Cola es así, es inmanente, es Siempre Coca-Cola.

Pemberton fue una de las primeras encarnaciones del nuevo mito, pero, ¿cuanta gente ha oído hablar de él? Otras encarnaciones fueron más famosas. Muchas vienen de EEUU — la tierra mítica de la era industrial, por excelencia — y varias de las que han alcanzado fama planetaria, desde el Coronel Sanders hasta Willy Wonka, son ficticias. Otras versiones del mito las tenemos más cerca, en nuestras ciudades: cada región y cada país tiene sus alimentos míticos, su Salsa Especial, su Toque Secreto, su Fórmula Mágica, o su Fábrica de Chocolate, de donde nadie sale nunca y a donde nadie nunca entra, para proteger la receta.

El Poseedor de la Fórmula no duerme tranquilo. Conozco a uno, un hombre cuyo coctel Margarita se volvió famoso en la ciudad. Al comienzo el coctel fue el éxito, el reconocimiento, la properidad. La gente hacía colas para comprarlo. Contrató despachantes para atender a los clientes y llegó hasta a entregar directo a los automóviles estacionados afuera, para agilizar el despacho. A pesar de tener varios empleados ayudándolo, la preparación del cóctel la tenía que hacer él. De otro modo podían tratar de robarle la fórmula, de vendérsela a un competidor, de dañarle el negocio.

Al Poseedor de la Fórmula no lo castigan los dioses, porque nada les ha robado. La era industrial le exige a sus héroes ingenio, perseverancia, auto-suficiencia y el pago de sus deudas. No obstante, como su precursor antiguo, el Poseedor vive encadenado. Su roca es su fórmula, cuyo secreto debe salvaguardar a todo costo.