lunes, noviembre 29, 2004

La ventanita

Todos los bares en Barranquilla tocan la misma música. Todos. En el norte, el bar de moda (en 2004) se llama Barullo y aunque difiere de otros en cuestiones importantes (éste tiene las paredes pintadas de blanco, por ejemplo), se empecina, como los demás, en tocar todas las noches las mismas canciones.

Esto no es solo un efecto de la moda y de los medios. Si así fuese como explicar que todavía tengamos que soportar, noche tras noche, a Sergio Vargas con su letanía meliflua de 1992:
...Tengo el alma en pedazos
Ya no aguanto esta pena...

Esa ya va para 12 años de rotación, pero hay peores. DJ quillero que se respete tiene que tener en su arsenal De música lígera (la versión del "último" concierto, por supuesto) para reanimar la fiesta a eso de las 2 de la mañana. Ultimamente se les ha dado por interrumpirla justo cuando el público está aullando "De aquel amooooorrrrr......." para empalmarla con un trasnochadísimo Hombre lobo en París. Y como en algún momento de la noche hay que poner el toque carnestoléndico — pero nadie se arriesga con una versión original de Te olvidé o de Las cuatro fiestas —, tiene que sonar el remix enlatado que usa todo el mundo, que magulla seis o siete cumbias incompletas sobre un fondo que se aproxima peligrosamente al tecno.

Ninguna de estas canciones está de moda desde hace mucho tiempo y hoy hay gente de 18 años que conoce la tal Ventanita, pero de tanto haberla escuchado en bares, porque a duras penas tendrían seis años cuando salió. Idem para Persiana americana — otro clásico infaltable — que es aún más vieja.

No es moda. La moda es lo contrario de este fenómeno. La moda es la intensidad de lo efímero, y esto es la permanencia de lo insulso. Esto es conformismo puro y duro. El conformismo atosigante de los jovenes barranquilleros, que a diferencia de la juventud conformista de todas las partes del mundo ni siquiera pasa por una fase de rebeldía o de individualismo antes de entregarse inerme a las consolaciones del consumo y a la moral de Reader's Digest. En Barranquilla el individualismo consiste en tener un ring tone en el celular distinto al de los amigos. Para lo demás somos uniformes: el tatuaje arriba de la nalga; el auge de la música electrónica; las desbandada del ex-sitio de moda hacia el nuevo sitio de moda; el gusto por el Red Bull o por la Águila Light (que molecularmente debe parecerse mucho al orín de gato).

Es siniestro tanto consenso.

No siempre fue así. Hace unas decadas la ciudad vibraba y prometía. Pero Barranquilla es tierra plana, vulnerable a las brisas que la atreviesan casi sin obstáculo y que dejan sobre sus calles y edificos buenos y malos polvos. A la ciudad la era televisual y el advenimiento del gran consumo le han dado particularmente duro. A una tendencia natural hacia el gregarismo se le sumó el poder de la publicidad, y con la llegada de la televisión por cable para todos (en las azoteas se oxidan las parabólicas de los ricos) se consolidó en todos los estratos la pinta y el pensamiento que diseminan MTV, Sony, Warner y Fox. Nos volvimos uniformes, fieles y predecibles: el sueño de cualquier mercadotecnista. Ni los peores abusos de quienes nos gobiernan han logrado sucitar la rabia que nos saque aunque sea por un sólo día de nuestras casillas. Parecemos diseñados por demógrafos para que sea más fácil vendernos cosas.

La prueba de que no siempre fue así la encuentro en los viejos. Los viejos de Barranquilla son lo contrario de sus jovenes: son pintorescos, variopintos, atrevidos y pendencieros. Son exiliados europeos y árabes cuyos apellidos son el espinazo genealógico de la ciudad, matronas hipócritas aferredas a su pasado dorado, pensionados sin pensión de la Universidad del Atlántico, médicos empecinados contra la Ley 100 que no aceptan "papelitos" por pago, Congos y caporales, abogados tramoyeros, ex-alcades incólumes, traquetos jubilados. Buenos o malos, prohombres o apparatchiks de nuestro desastre, al menos de algo enriquecieron sus días.

En cuanto a mi generación, sólo espero que en veinte años nuestros hijos no estén todavía bailando reggaetón.