lunes, enero 31, 2005

El Seguro Social

Texto de la última columna de Alfredo Molano en El Espectador:


Hospital de Guerra
por Alfredo Molano Bravo

He recibido el siguiente correo que, creo, debe ser conocido por mis lectores.

“El ISS está en las últimas. Malo para el país y peor para los enfermos que tienen obligatoriamente que usar sus servicios y para sus familiares, que deben mirar horrorizados cómo sus seres queridos agonizan en un corredor, en un sótano, en una escalera. La Clínica San Pedro Claver, que es la que estoy sufriendo, es un hospital de guerra o, como llamaban en las guerras, un hospital de sangre. Para comenzar, los pacientes deben hacer interminables colas, no para que el médico los atienda, los examine y los diagnostique, sino para hacer una nueva cola. Muchos caen desmayados y ni así se les atiende. Los demás pacientes, simplemente evitan pisarlos, hasta que alguna enfermera piadosa les pone alcohol en las narices para recuperarlos. Hay gente que duerme en la clínica para no perder el turno, y los turnos se acumulan día a día. Por tanto, el que llega tiene por delante 400 enfermos, muchos de los cuales si ven al médico, es para que los envíe a cuidados intensivos.

Los que logran sobrevivir y reciben, por fin, una receta, tienen que pagar de su bolsillo las medicinas. Inclusive, para cirugías programadas el enfermo debe llevar sangre, pagar la anestesia y, claro, todo lo necesario para salvarle la vida, lo que no siempre consiguen. Los exámenes clínicos o radiológicos no se suelen practicar, porque los equipos se encuentran fuera de servicio, o porque nunca hay las medicinas del formulario de medicamentos ‘esenciales’ prescritas por el médico.

La crisis y la quiebra del Seguro Social parecen ser programadas en beneficio de las empresas de salud privadas. Cuando un trabajador necesita un servicio o una autorización para un servicio en una EPS particular, el funcionario mira en el computador, donde aparece que su empleador está al día con los aportes y se encuentra escaneado el formulario de pago, que se puede imprimir en cualquier momento. En cambio, los enfermos del ISS deben tener bajo su brazo un fólder con todos los recibos de pago y con la constancia de afiliación de 15 ó 20 años atrás. Sin el manoseado fólder no hay posibilidad de que lo atiendan en un Centro de Atención Ambulatoria (CAA) o los Servicios de Urgencia.

Al sótano de la Clínica San Pedro Claver pasan los enfermos que ingresan por urgencias, se llaman Salas de Observación. Allí esperan –muchas veces bordeando la muerte– hombres y mujeres; son corredores llenos de camillas. Huele a cloroformo, a alcohol, a esparadrapo, y a todos los humores que en recintos cerrados se concentran. Falta decir que el enfermo debe pagar aparte el arriendo de la camilla, en ella vive, come, hace sus necesidades y espera la muerte. Pasear por los pasillos está prohibido. Las paredes están llenas de ganchos y puntillas para colgar el suero, la sangre de transfusión y las lavativas. Debo agregar que el famoso y muy útil examen TAC es en la San Pedro impensable: el turno es de meses.

Una enfermera retirada que trabajó 20 años en el tétrico Hospital de San José, comentaba: ‘Nunca he visto una cosa así, ni siquiera cuando en los pabellones había diez camas de gentes recogidas en la calle, en el hospital había cortinas que separaban a uno de otro’. Los exámenes y diagnósticos son hechos en público, violando así el derecho del enfermo a la privacidad. La promiscuidad es total en pasillos y, sobre todo, en el sótano de la institución.

Y lo peor: no hay día que no muera alguien delante de los demás enfermos; más aún, a veces mueren dos o tres. Ni siquiera se respeta el derecho a la agonía. Sospecho que algunos mueren del miedo que les produce la muerte del vecino.

Lo único bueno de la San Pedro son los médicos, las enfermeras y, en general, todo el personal paramédico. Son verdaderos apóstoles que trabajan hasta sin guantes. Son especialistas que el sistema obliga a trabajar en las condiciones más deplorables. La única ventaja es que deben improvisar, inventar, descubrir, innovar, salirse de la tecnología y regresar al médico total y al ojo clínico”.

Inés de Arenas