viernes, febrero 18, 2005

La muerte de la EDT

Informa El Heraldo que a raíz de la decisión de la Superintendencia de Servicios Públicos de subastar los bienes de la Empresa Distrital de Teléfonos de Barranquilla —actualmente en proceso de liquidación— varios concejales de la ciudad "coincidieron" (¿Como así que "varios"? ¿Cuántos? ¿Cuáles?) en que a la EDT no deben rematarla "como trasto viejo." Vale la pena leer la cita completa, que contiene reveladores matices:
Los activos de la Telefónica de Barranquilla no son de la Nación, sino de la comunidad barranquillera, por lo tanto no es justo que quieran rematarlos a precio de trasto viejo, a espaldas de la Alcaldía, del Concejo, de la Personería, de la Contraloría y de la ciudadanía en general.

Dejemos a un lado la cuestión de si, en un país no federativo, los activos de una entidad pública pertenecen al Estado o a la comunidad a la que esta sirve. Pasemos por alto ese "por lo tanto" capcioso que pretende que el precio de los activos tenga algo que ver con la identidad de sus dueños. Olvidemos por ahora el detallito de que si la EDT está como está es porque durante años se la repartieron, a bastonazos de piñata y a espaldas de la "ciudadanía en general", alcaldes y concejales bajo la guardia complice de personeros y contralores. Y dejemos de lado el hecho tangencial, pero que no obstante quiero mencionar aquí, de que en este país nadie sabe que es ni para que sirve ni con que se come eso de la "Personería".

Yo no sé en que consista ni en que estado se encuentre el paquete de activos que será rematado. Las declaraciones del sindicato de trabajadores de la EDT, Sintratel, que se opone la la liquidación de la entidad, no son alentadoras:
[La subasta] es un ardid del Gobierno Nacional para violar el Artículo 60 de la Constitución Política Colombiana, que dice que cuando el estado ponen (sic) en venta sus activos debe propiciar que ciertos grupos como son los trabajadores y pensionados entre en una primera subastas (sic) en condiciones privilegiadas. No vemos cómo una empresa con unos pasivos pensionales del orden de los 230 mil millones de pesos, con deudas con proveedores financieros del orden de 200 mil millones de pesos, con 300 demandas de trabajadores anteriores a la liquidación y más de 400 que viene (sic) de quienes fueron despedidos desde mayo pasado y con el 30 por ciento de sus redes en estado de obsolescencia, sea atractiva para ningún inversionista.

O sea que el sindicato admite que la empresa está quebrada y que sus redes son obsoletas (no admite, por supuesto, su parcial responsabilidad en la quiebra de la una y la obsolescencia de las otras) y se opone a la venta de los activos. Desafortunadamente ni el sindicato ni el Concejo han propuesto algo para salvar a la EDT. ¿Por qué será, entonces, que todos quieren seguir amarrados del lastre de una empresa que no tiene salvación?

La realidad es que no quieren, pero no pueden resignarse a que se les secó otra teta y, como a un bebé cuando se la quitan, están llorando y pataleando. No han entendido los señores concejales y los señores sindicados de la nación que se puede robar y despilfarrar, pero no para siempre. Tarde o temprano se seca la teta.

Los usuarios hace rato que abandonaron a la EDT a su bien merecida suerte de paquidermo agonizante. Abandonaron, digo, porque ni siquiera pudieron vender sus líneas telefónicas a precio de trasto, ni a precio justo, ni mucho menos al precio del mercado. Sé de una empresa que intentó vender hace unos meses ocho líneas de la EDT para comprar líneas de Metrotel. La mayoría tocó regalarlas entre los empleados porque nadie más las quería. Las que se regalaron nunca pudieron ser usadas porque el teléfono al que había que llamar para transferirlas no lo contestaban. Luego la empresa intentó cancerlarlas, pero el teléfono de esa dependencia estaba desconectado. Por esos días comenzaba el proceso de liquidación y la EDT no tenía oficinas de atención al público, así que todo había que hacerlo por teléfono: o sea que no se podía hacer nada. Fue entonces que, ¡ay de ellos!, la empresa optó por no pagar más el cargo mensual básico de las líneas, esperando que se las desconectaran por mora. De inmediato despertó el paquidermo y los reportó ante una central de crédito. La cosa sigue en litigio.

Mucha gente ya no se acuerda de lo que eran las comunicaciones en esta ciudad antes de la llegada de Metrotel. Yo no trabajo en Metrotel, ni ningún familiar mío lo hace, ni tengo ningún interés personal en esa empresa. Pero me estremece pensar lo que sería de Barranquilla en 2005 si a la EDT no le hubiera aparecido competencia privada. En pleno siglo XXI, con el planeta embalado, con los negocios a la velocidad del capricho, con el libre comercio con Estados Unidos respirándonos en el cuello, Barranquilla estaría... esperando tono.

¿Se acuerdan? Cuéntenle a los niños que no habían nacido en esa época y no le van a creer: antes, mijito, cuando uno quería hacer una llamada, había que descolgar el aparato y... esperar. Esperar el tono para poder marcar. Cinco, siete, a veces quince minutos. Había días malos y días peores. Había trucos, secuencias secretas de números, leyendas urbanas para lograr que el tono viniera más rápido. Había quien se agarraba a gritos contra el auricular mudo. Habia barrios malos y barrios peores. Decían que en el barrio Riomar el tono llegaba rápido, mientras en mi casa en Alto Prado a veces dejábamos el teléfono descolgado dos horas, esperando. Cada tanto alguien se lo acercaba al oído a ver si ya había dado tono.

Todo esto cambió con la llegada de Metrotel a la ciudad. Era casi milagroso: uno levantaba el teléfono y el tono ¡ya estaba ahí! Así eran la expresiones que se usaban al comienzo, ante la extrañeza del fenómeno: esas líneas... ¡ya tenían tono! ¡Venían con tono! A veces decíamos "ya tenían el tono", "ya venían con el tono", como si el tono fuera uno solo, un recurso escaso que teníamos que racionar para que nos alcanzara a todos.

¡Y las nuevas líneas eran más baratas! ¡Y las instalaban en menos de una semana! En esos días EDT no tenía líneas nuevas: si uno quería una había que comprar una ya existente y esperar a veces hasta dos años a que la trasladaran. Las líneas de Metrotel y sus propietarios eran la envidia de la ciudad. Los números que comenzaban con 37 ó 36 tenían caché, un cierto prestigio, un aura primermundista que ha durado hasta hoy.

EDT tuvo que actualizar sus redes para poder sobrevivir, pero eso nunca hubiera pasado sin la presión de la competencia. Para cuando reaccionó era demasiado tarde y ya muchas personas, empresas y entidades habían cambiado de proveedor. La crisis actual es resultado de la desidia de muchos años y muchos dirigentes; y ni el sentimentalismo regionalista ni los llamados a la Constitución reviven a este muerto.