miércoles, febrero 16, 2005

El freno egipcio

En las calles del Cairo en medio del polvo refractario se entrecruzan a distintas velocidades las trayectorias de peatones, carretas, buses, carros, camiones y dromedarios. Es el peor tráfico que he conocido. El derecho a la vía se gana por la velocidad de aproximación y los decibelios del claxon. La muerte o al menos la invalidez es mil veces tentada y mil veces evitada en cada cruce a cada hora. Los semáforos compiten con los policias de tránsito en irrelevancia, y todo sucumbe bajo la bulla, el calor y el olor a combustible quemado.

El tráfico de nuestra ciudad es cada vez más así: caótico, insostenible, indescifrable. Un tráfico egipcio. Hace ya años, por ejemplo, que nos acostumbramos a que las calles cambien de sentido de una cuadra a otra sin preaviso ni señal, como lo ha tenido que aprender de la peor manera más de un visitante inadvertido. Usted va tranquilo en su carril derecho cuando de repente se encuentra ante un muro móvil de dos o tres busetas pintorreteadas a la fauvista y que vienen ¡en dirección contraria! ¡Hacia usted! Tranquilo, Sr. Turista; no se alarme, no se espante. Pero sobre todo no avance. La vía y la razón, aunque no lo crea, la tienen ellos. No trate tampoco de recordar los sinsentidos de las vías barranquilleras para una próxima visita. Cualquier día las cambian sin avisarle a nadie. La carrera que pasa en frente a mi casa una vez la cambiaron de sentido dos veces en una misma semana solo en el trayecto comprendido entre las dos esquinas de mi cuadra. Al final la dejaron como antes y nunca supe el porqué del experimento.

Yo hace rato que decidí conducir lo menos posible en esta ciudad, así que el desorden circulatorio ya no me irrita tanto. Lo que sí no soporto, lo que no entiendo como alguien puede soportar, es el ruido. En El Cairo me decían bromeando que lo que pasaba es que los carros egipcios en lugar de botón en el timón para sonar el pito lo que tienen es un interruptor. Cuando los conductores se acercan a un cruce lo encienden y no lo apagan hasta que tengan en el retrovisor la intersección. El humorista gringo P. J. O'Rourke llamaba al pito the Egyptian brake pedal, el freno egipcio.

El pito para el conductor barranquillero es sustituto del freno, de la prudencia, y tal vez también del pene. Por algo serán sinónimos. Yo sueño con que algún alcalde o director de Tránsito Departamental o guía religioso o quien sea instaure una gran campaña ambiental cuyo eslógan, reproducido en grandes vallas por toda la ciudad, sea:
¡No pite, hijueputa!

Sueño con un sistema electrónico obligatorio en cada vehículo que cuente y limite el número de pitadas a, digamos, diez mensuales; cada uso adicional sería reportado inalámbricamente al Tránsito para que sea cobrado a la tarifa de un salario mínimo diario legal vigente. Sueño con un condicionamiento consistente en una pequeña descarga eléctrica impartida al conductor a cada accionamiento del pito, un ligero dolor que nos enseñe a pitar solo cuando sea para salvar la vida de un peatón desprevenido. Sueño con deternerme tranquilo en un semáforo y esperar el verde sin que me piten los de atrás para que me lo vuele en rojo. Sueño, pero ya perfora el sueño el efecto Doppler del carro que se acerca aullando en la calle vacía, sin otro escucha que yo y sin más razón que el hábito.