jueves, noviembre 25, 2004

El más peligroso de los mundos posibles

El mensaje que le quedó al mundo después del 11 de septiembre de 2001 fue que de ese momento en adelante los ciudadanos serían considerados responsables de los crímenes — reales o supuestos — de sus gobernantes. El terrorismo siempre había sido así — siempre consistió en condenar justos por pecadores — pero fueron las represalias estadounidenses a los ataques de Al Qaeda las que dieron patente de corso a esta nueva táctica de guerra. Así, el pueblo afgano habría de ser bombardeado por la complicidad de sus líderes talibanes con Bin Laden. Civiles iraquíes morirían por los crímenes de Saddam, de los cuales las principales víctimas habían sido ellos mismos. Luego se devolvió el péndulo y los muertos de Atocha, en su mayoría contrarios a la guerra de Irak como el resto de los españoles, pagarían la colaboración — de efectos más políticos que militares — de Aznar a Bush.

Este nuevo orden mundial me sugiere una malinterpretación inquietante de la frase que Jacques Vache le escribiera a André Breton durante la Primera Guerra Mundial y que Cortázar retomaría 50 años más tarde como epígrafe de Rayuela: «Rien ne vous tue un homme comme d'être obligé de représenter un pays».